25 jul 2013

De mi diario

Las personas no cambian, pero sí pueden cambiar. Los cambios son buenos; a veces, pueden hacernos madurar, crecer; nos hacen pensar; pero las personas no cambian. Vivimos hundidos en la monotonía total, que el simple hecho de pensar en un cambio nos suena emocionante; sin embargo, las personas no cambian; y, a pesar de ello, ellas piensan que sí. Las personas fingen un cambio para impresionar, llamar la atención, para sentirse bien consigo mismos, tal vez; y a cambio, recibir atención en exceso; pero las personas no cambian. Las personas no cambian; les gusta ,de alguna manera, vivir igual, ser igual, pensar igual; porque, como ya dije, la monotoneidad de sus vidas los ahoga en su inmensa profundidad; por eso las personas no cambian. Pero yo no soy persona.


Días pasados había despertado con esa sensación extraña de querer morir; esa sensación de "nomeimportanada", de querer dejarlo todo, y bueno... partir. Sin pensar en el mañana, pensando, tal vez, solo en el ayer; definitivamente, solo eso quería: desaparecer. Hoy despierto con una sensación total y completamente diferente. Es miedo, quizá. Miedo a irme, a dejarlo todo; miedo a no cumplir mis metas, miedo a que las cosas no salgan de acuerdo al plan. Un miedo espantoso y escalofriante; un miedo que, en mi vida, nunca había sentido. Es miedo a morir. Hoy le temo a morir.


Ella nunca supo como demostrar su cariño, felicidad o ,simplemente, lo que sentía; pero estaba aprendiendo, debía hacerlo. Sabía que desde ahora, tenía que hacer las cosas bien. Y, mientras tanto, lo conoció. Se conocieron, se gustaron. Se siguieron conociendo, eran completamente diferentes; pero esa era la parte linda. Él lo era, era lindo. A ella, él le encantaba. A él, ella no lo sabe. El tiempo pasaba despacio. Las cosas salían bien y mal al mismo tiempo, pero todo era parte de la historia que iban narrando juntos. Ambos creían en el destino. Y el destino les estaba, ahora, enseñando a ser el uno para el otro; y ellos aprendían, poco a poco. Ellos ahora estaban enamorados.


Llevaba días sin dormir, aún estaba presente en mí esa rara sensación; todo era confuso, era imposible olvidar aquel momento, las últimas palabras que pronunció: tan perfectas, tan reales. Desde entonces tenía la misma aburrida y autónoma rutina cada día, todo era diferente y a la vez tan igual. Debía olvidar la última vez que entré a su habitación a preguntar cómo estaba y no respondió, ya no estaba. Solo quedaba de ella una fotografía en la pared, en aquel largo pasillo lleno de fotografías de la familia,  y un recuerdo imborrable en cada uno de nuestros corazones; aún más en el mío. Aceptar que no la vería más, fue difícil; soñar con ella no lo fue. Ahora la sueño, pero no tan seguido como en aquellos tiempos, y aunque verla en sueños es distinto, cada día al despertar me ahogo en lágrimas; solo desearía que fuera real, que esté aquí conmigo, otra vez.


No me pidas que te olvide, que te borre de mí, que sepulte mi sentimiento más fuerte por ti. No me pidas que no sienta nada, que te ignore, que siga mi camino; que olvide las flores y que volvamos al pasado, cuando yo no sabía de ti. No me pidas eso. He aprendido que mi corazón, ahora puede latir a mil por minuto; que una sonrisa puede curar cualquier herida y borrar memorias desagradables del corazón. He aprendido que cuando hablo de ti mis ojos brillan y se ilumina mi mirada, que con solo oír tu nombre siento que puedo volar, que no es necesario verte a diario para saber y estar segura de lo que siento por ti, que el amor llega cuando menos lo esperas, eso lo he confirmado. He aprendido que una historia de amor puede comenzar con un simple saludo... como la nuestra.

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