18 jun 2018

Era ella

La había visto pasar un par de veces, en mis sueños tal vez, pero uno de esas noches medio frías de primavera sin esperarlo, la conocí; e inmediatamente, sin pensarlo y sin dudarlo... me enamoré.

Nunca había llegado a sentir que mi vida necesitaba algo (o a alguien) que me despegue los pies de la tierra y, que me sienta a gusto con eso. Ella estaba totalmente fuera de sí; solía decir unos mil sinsentidos por minuto y algunas otras cosas que yo creo que lograba entender; sus chistes tontos, su risa un tanto exagerada, eran alguna de las cosas por las que podría afirmar que era única y especial. Era ella; era ella la porción de locura que a mi vida aburrida le hacía falta. 

Sus ojos eran preciosos, aunque se sonrojaba cada vez que se lo decía; pero me encantaba ver como sus mejillas se tornaban de ese color rojo intenso... y besarla. Y hasta su aroma me paraba los cabellos, era dulce y encantador a la vez. Tenía algo que yo no podía saber qué era, que me tenía atado a ella de alguna manera inexplicable; y ese algo, me hacía pensarla dieciocho horas del día y soñarla las otras seis. Eso que la hacía diferente y especial, me hacía querer tenerla a mi lado, querer mirarla sin parpadear y, hasta oír su millón de barbaridades, me deleitaba. Imagínate cuando hablaba... yo ya estaba en el mismísimo cielo.

Ella era de esa clase de personas que casi nunca encuentras. Era preciosa desde todos los ángulos y aún siendo ciego podría afirmar que lo era, aunque ella no terminaba de creérselo. Su manera de ver el mundo, era lo que más me enamoraba, ¡era increíble! Era fuerte y decidida, pero también era gracioso verla intentando ocultar que tenía el corazón destrozado por algún motivo, y era en esos momentos, era gracioso porque lo negaba y solo yo podía saber que no era así, y era en esos momentos cuando yo más quería permanecer a su lado. Tuve esa dicha de poder verla en sus mejores momentos, los más felices, los que la llenaban y también la vi en los malos ratos, cuando sentía que el mundo estaba sobre sus hombros y ella creía que todo le iba mal. Y mis ganas de quedarme a su lado, me mantenían de pie allí, sin ninguna duda de que eso era lo que quería. Ojalá hubiera podido solucionar todos sus problemas, así como cuando ella con su preciosa sonrisa me hacía olvidarme de los míos.

Tal vez ella no sabía lo mucho que me enloquecía, tal vez no podía darse cuenta de eso; aunque siendo tan inteligente probablemente solo se hacía la desentendida, era imposible no darse cuenta que me encantaba y que me moría con ella.

Era casi perfecta, y yo tal vez era ese pedacito que le faltaba para que llegue a la perfección; no porque yo lo fuera, sino porque solo quería hacerla más feliz de lo que ya era y darle cada una de las cosas que le faltaba para sentirse plena.

Y le agradezco a Dios por eso, por ponerla en mi camino tan inesperadamente, tan mágicamente, tan especialmente; porque enamorarme de ella fue lo mejor que me pudo pasar hasta este momento; tenerla a mi lado, lo mejor que me pudo pasar en la vida entera; y amarla, una bendición.

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